miércoles, 1 de julio de 2009

Un filósofo de la angustia que denunció las miserias humanas

TRIBUTO. HOY SE CONMEMORA EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE JUAN CARLOS ONETTI


Se conmemora hoy el centenario del nacimiento del narrador uruguayo Juan Carlos Onetti, una de las plumas referentes de la literatura hispanohablante, que debió abandonar el país durante la dictadura y residió en España los últimos veinte años de su vida.

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El autor de "El pozo" y otras emblemáticas obras, fue un auténtico paradigma de inconformismo ante un mundo en acelerado proceso de desintegración moral, que retrató magistralmente en su vasta producción literaria.

Para evadirse de la tortuosa "pesadilla" de vivir, el emblemático escritor compatriota creó universos ficticios alternativos a una realidad cotidiana que le asfixiaba.

Onetti fue un hombre habitado por las voces y las vidas de sus criaturas de ficción, con las cuales parecía lograr una entrañable identificación, más allá de los siempre mutables territorios de la imaginación, que concibió para exorcizarse contra el fantasma de la angustia.

Asumió la vida como una inexorable experiencia imperfecta. Para él, la escritura fue una suerte de catarsis contra el dolor, un irrefrenable "vicio" y, si se quiere, hasta un pacto de amor y emancipación existencial.

El tema unificador de toda su obra es la progresiva descomposición de la sociedad contemporánea, sus efectos sobre los individuos y la imposibilidad de encontrar una respuesta adecuada a ese abismo colectivo que parecía abrirse a sus pies.

Dos grandes plumas de la narrativa latinoamericana el mexicano Carlos Fuentes y el peruano Mario Vargas Llosa lo consideraron el auténtico iniciador de la novela contemporánea latinoamericana, lo que, sin dudas, es un reconocimiento a su trayectoria y a su intransferible estilo creativo.

Sin ánimo peyorativo, muchos colegas lo calificaron como el escritor de la angustia, con claras influencias de Dostoiesvski, Conrad y Faukner, por su lenguaje opaco, denso e indirecto.

Juan Carlos Onetti nació el 1º de julio de 1904, en Montevideo. Según confesó en reiteradas oportunidades, tuvo una infancia feliz.

Se casó por primera vez (fueron cuatro sus matrimonios) a los 20 años de edad y, como otros colegas uruguayos, sintió prematuramente la convocatoria de la fascinante y otrora resplandeciente Buenos Aires, donde se radicó durante un tiempo.

EL PARTO DE "EL POZO"

Pese a que desempeñó las más variadas actividades para subsistir, comenzó a incursionar particularmente en el periodismo. Así se inició como narrador en 1933, escribiendo cuentos en periódicos y una primera versión de "El pozo", que recién publicó en 1939.

Esta novela, con el tiempo, se transformó en un auténtico libro de cabecera para toda una generación de apasionados jóvenes. Incluso, fue considerada por el inolvidable Angel Rama, como "la primera botella al mar que arrojó una generación de artistas que transformaron las letras uruguayas".

Ese mismo año, el narrador y novelista fue cofundador del semanario Marcha, paradigmática tribuna libertaria de la prensa nacional, que en su momento se transformó en una muralla infranqueable para el autoritarismo.

Fue secretario de redacción, encargado de la sección literaria y de la columna denominada "La piedra en el charco", que firmaba con el seudónimo "Periquito el Aguador". Prosiguió su actividad periodística hasta 1941, cuando cruzó nuevamente el río rumbo a Buenos Aires.

Allí siguió ejerciendo el periodismo, desde una columna que bautizó sugestivamente "Alacranes literarios", donde desplegó toda su agudeza contra una literatura que consideraba vacía, obsoleta y en vías de extinción. Su pluma ya iba asumiendo facetas demoledoras.

El escritor permaneció en la capital argentina hasta 1955. Durante su prolongada residencia, escribió algunas obras que aún hoy son considerada auténticos referentes de su producción: "Tierra de nadie" (1942), que presenta nuevamente el depresivo y pesimista paisaje urbano, "Para esta noche" (1943) y "La vida breve" (1955), que es el auténtico texto fundacional del legendario universo de Santa María.

Esta es una novela de quiebre y ruptura, un auténtico punto de inflexión que trazó un antes y un después en el discurrir literario del escritor y que, en cierta medida, condicionará su futuro trabajo creativo.

UN PAISAJE PROPIO

Aunque es claro que desde "El pozo" la escritura de Onetti ya estaba poblada de sentimientos de incomunicación, soledades y culpas, es quizás "La vida breve" la que afirmó todas esas pulsiones emocionales. Esta novela fue dedicada al poeta argentino Oliverio Girondo, que fue uno de sus más entrañables amigos.

Santa María era el mundo paralelo creado por el autor, que irá superponiéndose paulatinamente al "mundo real", siempre gobernado por un vértigo incomprensible, la cruda insensibilidad y los "indiferentes morales", a los que solía aludir despectivamente el autor es su despiadado discurso literario.

Sobre este territorio mítico, análogo al Macondo del Premio Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez, Onetti expresaba: "La fabriqué como compensación de mi nostalgia por Montevideo".

Por entonces, ya se perfilaba el Onetti insomne y empedernido habitante de las madrugadas, donde la reflexión parecía marcar el pulso de una vida sin otra rutina o propósito que la febril creación, a partir de la materia prima aleatoria de la ficción-realidad.

También comenzaron a aflorar los prolongados períodos de aguda depresión, el tabaco y el alcoholismo.

Sin embargo, tras su regreso de Buenos Aires, el inolvidable narrador vivió quizás su cenit creativo, que puede situarse entre las postrimerías de la década del cincuenta y la emblemática década del sesenta.

Ese tiempo fue un punto de inflexión histórica que marcó la agonía definitiva del mito de la Suiza de América instalado desde los albores del Uruguay moderno y el ingreso a un tramo particularmente turbulento que nos conduciría a la noche autoritaria.

"Una tumba sin nombre" (1959), "La cara de la desgracia" (1960) y "El astillero" (1961) son otros tres títulos emblemáticos de la producción de Juan Carlos Onetti, que van construyendo una identidad cada vez más elocuente y acentuada.

Precisamente "El astillero", marcó otro de los momentos vertebrales de la producción del autor, que edificó la saga de Santa María. Pese a que han transcurrido virtualmente 48 años desde su primera publicación, esta novela es realmente un clásico por su crucial atemporalidad.

Sus atribulados personajes perdedores empedernidos- se revuelcan cotidianamente en el fango de la frustración y el fracaso, dentro de un astillero inactivo y semiderruido, que es un auténtico paradigma de la decadencia y la postración moral.

Un lector que asuma actualmente la lectura de este texto fundamental del universo onettiano, podría identificar perfectamente a sus protagonistas con hombres desocupados, quebrados y depresivos, que se aferran a una quimera imposible en medio de un paisaje de desolación física, emocional y espiritual.

A esta obra indispensable de Juan Carlos Onetti siguieron -sucesivamente-- "El infierno tan temido" (1962), "Tan triste como ella" (1963) y "Juntacadáveres" (1965), obras que fueron construyendo una arquitectura literaria marcada por la singularidad de los personajes y los ficticios territorios recorridos.

Hay una apelación intensa al terrible drama de la condición humana descendiendo a los infiernos de la degradación, con contundentes acentos en la incomunicación y el desencuentro de las criaturas literarias con su destino.

Aunque todos los eventos de las historias de Onetti transcurran en parajes míticos, es claro que la materia literaria siempre evoluciona hacia el realismo.

CONDENADO AL EXILIO

"Escribo para mí, para mi placer, para mi vicio", solía expresar el inconmensurable autor, quien manifestaba no importarle ser un eterno postergado en los concursos literarios. "Mi reino no es de este mundo", solía afirmar tajantemente.

Sin embargo, su compromiso con el dolor y los sentimientos humanos corroboró --en forma absolutamente incontrastable-- que Juan Carlos Onetti vibraba, sufría y compartía muchas de las emociones de sus coetáneos.

La dictadura cívico militar que asoló a nuestro Uruguay entre 1973 y 1985, modificó sustancialmente el destino del emblemático narrador uruguayo.

Juan Carlos Onetti pagó el doloroso peaje del exilio en España, desde donde ya no regresaría, pese a que -al caer el telón de los tiempos oscuros,- tuvo la posibilidad de retornar a su suelo natal.

Se inició entonces para el escritor la siempre lacerante experiencia del desarraigo, que padecieron miles de uruguayos durante esos once años de conculcación de libertades.

España, en cuyo horizonte histórico ya comenzaba a despuntar el alba de la democracia largamente sepultada por el fantasma autoritario del franquismo, acogió a Juan Carlos Onetti como uno de sus más insignes hijos pródigos.


Fuente: www.larepublica.com.uy. Escrito por Hugo Acevedeo.


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